A pesar de que España fue musulmana durante ocho siglos y aunque tuvo colonias en los principales países productores de café, la llegada del café a la península vino de manos de los venecianos, que introdujeron su consumo y su comercio en Europa.
El café fue introducido por primera vez en Europa por comerciantes venecianos en 1575. Venecia llevó la delantera en materia de café: fue la primera en recibir un cargamento de café en 1624 que compraron distintos apotecarios como ingrediente medicinal y llegó a tener tantas cafeterías hacia 1759 que las autoridades limitaron su número a 204. Al estado italiano le siguió de cerca Países Bajos e Inglaterra: el café aterrizó en Leiden en 1596 y la primera cafetería europea se abrió en algún momento entre 1652 y 1654 en Londres por el migrante armenio Pasqua Rosée, según detalla Jonathan Morris en Coffee. A Global History (Reaktion Books, 2019). Una década después, Londres contaba con 82 cafeterías registradas, y los londinenses disfrutaban de una bebida que les daba energía para trabajar y, decían, evitaba los mareos.
El boom del café, que se produjo en el siglo XVII, se explica por varios motivos. El primero, la fascinación que Oriente Medio provocó en los artistas y los viajeros europeos de la época. Sin embargo, al entender que era una bebida de la cultura musulmana, muchos quisieron buscarle orígenes grecorromanos para no incurrir en ningún pecado según el cristianismo que practicaban. Hacia el siglo XVIII, Europa había sucumbido al placer del café y, mezclado con leche y azúcar, ya formaba parte del desayuno de la burguesía: holandeses, franceses y británicos habían empezado a cultivarlo en sus posesiones coloniales de Asia y el Caribe.
No obstante, el primer español que bebió café fue Pedro Páez hacia 1596, según afirman desde la Real Academia de la Historia. Paéz, que era misionero en Etiopía, fue capturado y apresado en el Yemen, en la ciudad de Saná, y más tarde fueron enviados como remeros en las galeras de la ciudad portuaria de Mokka, que más tarde dio su nombre al café que preparaban los europeos. En su cautiverio, cuenta Páez en Historia de Etiopía, probó “una infusión oscura y amarga”. A nadie debió parecerle muy atractiva, ya que la dinastía de los Borbones tardó un siglo, literalmente, en introducir el café en España.
Y aunque, de hecho, fue España la que llevó el café tanto en la Colombia de 1741 (por aquel entonces, Virreinato de Nueva Granada junto con Panamá, Ecuador y Venezuela) vía el colonizador jesuita José Gumilla, que lo documentó en El Orinoco ilustrado y defendido, y en México, lo cierto es que esos cultivos no fueron comercialmente importantes hasta más de un siglo después, cuando las colonias se independizaron, ya que desde España se priorizaron otros cultivos más rentables. Es por esta razón que la primera cafetería de España fue abierta en Madrid, el 9 de julio de 1765, por dos italianos: los hermanos Gippini, que se castellanizaron como Juan Antonio y José María, aunque eran milaneses. De hecho, según la historiadora Mónica Vázquez Astorga, los Gippini arrancaron primeramente con una posada en 1758, que llamaron La Fontana de Oro, donde más tarde pidieron permiso para servir café.
La Fontana, igual que otros cafés que se abrieron más adelante en Madrid, como el Café de San Sebastián o el Café de Lorenzini, en Barcelona o en Cádiz, donde reinaba la ideología más progresista de todo el país, fueron espacios donde se reunían los intelectuales de la época para debatir temas de la más candente actualidad. De hecho, las discusiones generaban tensiones entre las autoridades y por ello uno de los hermanos Gippini fue encausado, que se defendía así por haber dejado hablar y dirigirse a los clientes en su cafetería a personas que no tenían el debido permiso.
A pesar de que las cafeterías no eran un espacio privado, también las mujeres tuvieron vetada la entrada: si bien no era de forma explícita, el dominio masculino de los espacios públicos instauraba que las cafeterías eran espacios de hombres y la presencia femenina allí solamente se contemplaba como prostitución. “Muchos cafés eran llevados por parejas: la mujer trabajaba de cara al público y el hombre preparaba las bebidas en la cocina. Pocas mujeres ponían un pie en un café por miedo a ser confundidas con prostitutas dada la naturaleza pública del lugar y el hecho de que se vendiera alcohol. Si a las mujeres se les servía café, lo más seguro es que se les llevara hasta su carruaje para que se lo bebieran en su privacidad”, explica Morris.
¿Y cómo se bebía el primer café de España? Hasta mitad del siglo XX, el café era de puchero o de pote: se hervían el agua, se echaban los granos de café molido y se colaba la bebida con una gasa o tela fina. Es decir, de alguna forma, se bebía un café de filtro y así fue hasta que se introdujo la cafetera italiana, después de la Segunda Guerra Mundial.
Bonus track: Origen y expansión del café
La historia del café en España es corta. A diferencia de otras bebidas, como el vino o la cerveza, el café debe elaborarse, obviamente, con granos de café, y estos no son autóctonos de España. El café proviene de África, siendo la variedad arabica la más destacada entre las más de 130 especies de la planta que se han identificado.
Precisamente, la arabica se desarrolló en el suroeste de Etiopía, en su macizo montañoso que bordea con Kenya y Sudán del Sur, y allí se ubica su mito fundacional (y, como tal, no se ha podido comprobar), que remonta su descubrimiento hacia el siglo IV aC. Lo explicó por primera vez por el religioso maronita Antonio Fausto Naironi (antes Mehrej Ibn Nimrûm, nacido en el Líbano) en su tratado sobre el café de 1671, De saluberrima potione cahue: unas cabras comieron las cerezas del café y brincaron tanto alrededor de su pastor, llamado Kadi, que éste decidió probar por sí mismo aquel fruto.
Pero las primeras referencias escritas que existen sobre el consumo de café datan de 1450. Lo consumían los territorios de cultura musulmana alrededor del Mar Rojo y lo preparan así: secaban la cereza y utilizaban todas las partes del café para hacer una infusión a la que nombraron qishr. La receta viajó hasta Yemen donde las sectas sufíes, formadas por civiles que trabajaban durante el día, encontraron muy práctico el poder del café para combatir el sueño, ya que les ayudaba en sus rezos de medianoche. El café vino a sustituir una bebida ritual llamada qahwa que se preparaba con la planta khat y tenía propiedades alucinógenas.
El responsable de este cambio fue el muftí sufí Muhammed al-Dhabani, el primer personaje histórico que podemos asociar con el café gracias al manuscrito de Abd al-Qadir al-Jaziri, que versa sobre la expansión del café en el mundo islámico y de cómo al-Dhabani viajó a Etiopía y lo llevó a Yemen. Tomar café pronto se convirtió en una actividad social y se consumía fuera de las ceremonias religiosas, algo que motivó su prohibición momentánea en La Mecca. Pero su difusión por todo el mundo islámico fue imposible de frenar.