Aunque el café es para todos, la industria del café es un sector masculino. Por las dinámicas sociales del mundo que habitamos, en el café ha sucedido como sucedió en el mundo de la cocina: de ser una tarea ejecutada por mujeres en el ámbito doméstico sin ningún reconocimiento, pasó a ser un trabajo profesionalizado y especializado, un reto para hombres. No obstante, la ventaja del sector ha sido nacer en un mundo y en una época mucho más avanzada en cuestiones de igualdad. Así, aunque si bien es cierto que la mayoría de baristas y tostadores en cafeterías y competiciones son hombres, lo cierto es que en la ya no tan incipiente industria del café de especialidad se han incorporado cada vez más mujeres. En NOMAD, 18 de 39 son mujeres, y no seríamos los mismos sin ellas.
Sin embargo, fuera de los focos, hay un trabajo invisible de miles de mujeres en todo el planeta que sucede en los cafetales. Ellas siembran, cuidan los cultivos, recolectan y participan en los procesados del café, pero su nombre no aparece en ninguna parte. Son parte de las familias que trabajan el café en su orígen y es por su esfuerzo que podemos disfrutar de una perfecta taza de café.
Con la idea de visibilizar el trabajo de las mujeres cafetaleras nace la iniciativa Women and Coffee desde Asobombo –una asociación de productores que ponen en valor su café para poder revertirlo en prácticas sostenibles sobre sus cafetales. En las regiones colombianas de Huila, Cauca, Nariño y Tolima, 85 mujeres productoras ven hoy cómo su café se diferencia de los demás por su historia y por cultivarse bajo los requisitos del certificado orgánico que posee. Además, Asobombo vela para que la remuneración que reciben las productoras sea digna. En colaboración con el exportador de café Sucafina, su café llega hoy a NOMAD para espresso y filtro.
“La industria colombiana del café le debe mucho a la mujer”, afirma Alejandra Imbachi, hija de una de las productoras de Asobombo, “Tenemos a Juan Valdés y al profesor Yarumo, pero hay que darle voz a las mujeres que cultivan el café y que tienen su historia de lucha y supervivencia, y que con frecuencia son víctimas del conflicto armado que se libra en las zonas donde cultivan”.
Hasta hoy, el trabajo de una mujer que cultiva su cafetal es muy desgastante: son las cabezas del hogar, se encargan de la administración de sus parcelas, que tienen un tamaño de entre 1 y 5 hectáreas, y de todas las acciones que requiere la producción, desde de preparar la tierra hasta despulpar y secar, pasando por la contratación del personal, cuando hay los medios posibles.
Asobombo también ha puesto su mejor empeño en mejorar la vida de las mujeres que participan en este proyecto. En un profundo análisis de las circunstancias vitales de cada una de ellas detectó que padecían una falta de equidad en el núcleo familiar; que sus tierras quedaban desaprovechadas para el cultivo de alimentos, no se alimentaban equilibradamente y dependían en exceso de los supermercados; que muchas de ellas no conocían bien el café que producían ni cómo mejorar su calidad.
“De esta forma, la asociación creó espacios y dinámicas para que las mujeres pudieran comprender la importancia de su trabajo, establecieron prácticas de seguridad alimentaria y de formación en alimentación saludable y fomentaron espacios de capacitación para mejorar la capacidad productiva de los cafetales y para aumentar la calidad de los procesos post-cosecha”, explica Jhon Edison Díaz, gerente de Asobombo. La implementación de estas medidas ha optimizado tanto el trabajo de las 85 productoras de café como la vida de ellas y sus familias, alcanzando a un total de 285 personas.
“Nuestros padres quieren darnos mejores opciones de futuro para sacarnos de las fincas pero, al salir, vemos que dentro de la finca todavía hay muchas opciones para nosotros que nos permitirán incrementar la calidad de vida de la familia”, relata Imbachi, que reconoce que el relevo generacional es hoy muy difícil en el campo. “Pero la ciudad tampoco es tan fácil como parece. Necesitamos impactar en las vidas de los productores y en la caficultura para que no haya relevo generacional, sino una agregación de los hijos al negocio familiar. El campo se está dejando de ver como un castigo: hoy es una oportunidad trabajar en un cafetal. Ver tu nombre en un saco y que tu café se venda en otro país motiva a la gente que quiere hacerlo bien”.